"Enfilo por el pasillo, entro en mi habitación y cierro la puerta. Giro y se me escapa un alarido, apretándome contra la madera.
Jorge está ahí, de pie en medio de todo. Sus ojos mirándome a través de la suave luz del velador.
Me llevo una mano al pecho, masajeándome. Esto es demasiado para tomar en una sola noche. ¿Acaso no querías que viniera? ¡Dejaste la persiana abierta! Es verdad, deseaba que viniera. Y acá está, glorioso, ocupando casi todo el espacio con su presencia tan poderosa. Es magnético. Por un momento, no nos movemos, ni hablamos. Su mirada es la única que sube y baja, tomando nota de mi cuerpo.
Trago saliva porque al fin da un paso hacia mí. Y luego otro. Y otro. Hasta que me tiene arrinconada contra la puerta.
—Si así lo preferís, puedo irme—murmura, su tono ronco erizando cada poro de mi piel—. Pero si permitís que me quede, te prometo que no te vas a arrepentir…"